Os presento un relato... bueno, más bien una sucesión de pensamientos inconexos, de una profesora de Lengua y Literatura en el 2030. Sí , yo misma con 17 años más. Aunque ruego a Buda que este relato no sea profético y que nunca lleguemos a conocer un futuro igual.
¡Bienvenidos al Apocalipsis! ¡Pasen y vean!
Esta mañana me han despertado las explosiones. Se oían más cerca que de costumbre… o quizá fue mi imaginación. Desde La Invasión se me ha desbocado… y cada día confío menos en mis instintos. Cada día me asusto más de todo. Cada día es un poco más oscuro que el anterior. Cuando lo pienso fríamente, todavía no logro comprender cómo hemos logrado sobrevivir. Cinco años escondiéndonos. Cinco años buscando como aves de rapiña algo que llevarnos a la boca. Cinco años huyendo como las ratas ante una inundación. Mi pequeño grupo y yo hemos conseguido, a pesar de todo, algo de estabilidad. Sesenta personas coordinadas en lo que, en otro tiempo, podríamos haber llamado gremios. Unos defienden el perímetro… aunque más que defenderlo, porque eso es imposible, avisan del peligro y nos dan tiempo para poder huir y buscar otro refugio. Otros se encargan de hacer incursiones y buscar alimento… lo poco que encuentran lo racionamos. Escasea cada vez más. Después no sé qué va a pasar… Prefiero no pensarlo ahora. Ya lo pensaré mañana. Cada uno tiene su tarea. Todos intentamos ser hormiguitas ocupadas para no tener mucho tiempo de darle vueltas a la cabeza. Yo me encargo de la escuela. Escuela es un eufemismo, claro. En realidad nos reunimos en lo que queda de un viejo almacén y nos sentamos en el suelo. Yo les hablo y ellos escuchan. Luego ellos hablan y yo escucho. Tienen mucho que contar. Han vivido pocos años y ya parecen ancianos. Luego conversamos todos... Un grupo de quinc… bueno… hace dos días hubo un… ahora son sólo trece. Trece entre chicos y chicas, entre niños y adolescentes… Adolescentes… Extraño término que como llegó se fue. Ya no quedan psicólogos que lo puedan confirmar. Al menos, yo no conozco a ninguno vivo. Los chicos que cumplen doce años, deciden abandonar la escuela y ayudar con el resto de tares. Ya no son adolescentes. Son pequeños adultos. Quieren sentirse útiles. He convencido a alguno para venga un par de días a la semana, aunque sea, a escuchar a la “loca del teatro”, como ellos me llaman. Hablamos de Lengua, de Literatura, de Historia, de Arte… y de lo poco que recuerdo del resto de asignaturas. Ahora me arrepiento de no haber estudiado más Matemáticas, Química… Me arrepiento de tantas cosas… Ellos no comprenden para qué tienen que aprender todo eso… Me dicen “pero, ¿esto para qué nos va a servir contra los Invasores?”… Y tienen razón. Contra los Invasores, de nada… y ¿qué les puedo responder a esas caritas sucias que me miran sin comprender? Si es que yo tampoco comprendo nada. Así que les pongo a hacer teatro… y se ríen de mí. Pero también se ríen de ellos, y entre ellos y yo también me río… y así se nos pasa el rato, riéndonos como estúpidos e ignorando la explosiones que oímos a lo lejos… Aunque hoy se oyen un poco más cerca… ¿Y si hoy nos alcanzan? ¿Y si hoy es el día? ¿Y si…? Bueno, prefiero no pensarlo ahora. Ya lo pensaré mañana… si existe un mañana.
Bardzo dobre! =)
ResponderEliminarWHAAAAT?
Eliminar¡Ah! ¡Muy bien! ¡Gracias!
Eliminar¿Has matado a todos los psicólogos? ¡Si es la única profesión liberal que valdría la pena! Sí que es un apocalipsis...
ResponderEliminarYo no he matado a nadie. Lo que pasa es que entre los sesenta que quedamos vivos no hay psicólogos... y si los hay lo ocultan, por si caemos en la tentación y los matamos. ;P
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